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Memoria de mi rumbo

Tendría unos 3 añitos y 3 hermanos cuando mis padres venían al sur de España huyendo del frío de la capital de Alemania. Esos días cortos, esa lluvia permanente, la caída del muro, la pasión por el arte del flamenco y las historias de esta tierra del sur, fueron razones suficientes para emprender el viaje.

En una furgoneta verde con guitarra y pinceles se iniciaba mi carrera artística y la de mis hermanos.

Aparcamos entre olivos con vistas al mar, entre geranios y buganvillas, una casita que con los años se iba tiñendo del color del mar y del cielo para camuflarse en el paisaje.

Un lugar encantado donde en los primeros años de nuestras vidas corríamos, brincábamos por  caminos y arroyos, manchábamos suelos y paredes, reíamos y gritábamos sin ningún pudor ni restricciones, era la pura expresión de la libertad, para mí hasta que llegó el momento el inesperado primer día de colegio;
Nunca olvidaré ese día, mi hermana pequeña aún no tenía edad para ir pero un amable profesor , Antonio, la admitió igualmente para que no tuviéramos que ir separadas, en fin ella estaba encantada. Le fascinaba el hecho de llevar una mochila con cosas ordenadas las cuales poder rellenar absurdamente entre casillas y luego almacenar, yo estaba aterrorizada.

Y si lo digo no es sin más, realmente, y esto llegó a ocurrir, corrí por todo el campo alrededor de nuestra casita , mientras notaba que mi madre corría tras mí para llevarme al coche.
Definitivamente los arbustos ya se me quedaron pequeños y no era ya tan fácil esconderse.

 

Al final lo consiguieron, incluso llegué a cogerle el gusto de colgar los dibujos en una cuerda con pinzas para que se secaran, y acostumbrarme a correr ahora sobre asfalto y sentarme con los brazos cruzados en silencio esperando que llegara algún profesor.

 

Le cogimos cariño a Antonio, le llamábamos Antonio huevo frito, no recuerdo bien porqué. Pero hasta hoy aún nos lo encontramos alguna vez en el pueblo caminando sus 7 km diarios escuchando libros electrónicos.

 

Más tarde llegaron las clases de flamenco, danza, oriental, percusión, el piano, más adelante yo y mi hermano mayor nos unimos a un grupo de capoeira con el Mestre Chocolate, la familia Libertaçao.

Él me apodaba gringa, porque nací en Alemania, y no sé porqué me molestaba, quizá por el hecho de que realmente nunca había vivido allí y no sabía las connotaciones que llevaba ese topónimo.

Aunque algunas influencias de esta cultura habré adoptado por parte de mis padres, no me considero extranjera en tierras con las que he compartido la mayor parte de mi vida, y que se llevan enterradas los secretos más profundos de mis vivencias.

 

Luego lo combiné con el conservatorio; tras acabar el grado elemental, me volvió a defraudar el sistema educativo, sin embargo mi apreciada profesora Mónica me dió ánimos para seguir y me sugirió trasladarme a Madrid y probar suerte allí.

Efectivamente tuvo razón y me incorporé a la la Escuela de Artes escénicas de Carmen Roche, para hacer la modalidad de grado medio de danza contemporánea, aprendí mucho allí, pero mi rebelidía no acabó por acostumbrarse a la disciplina esctricta solo comparable al servicio militar.
Al poco tiempo lo abandoné para sumergirme de cabeza en las bellas artes. 

 

Ese primer año en Madrid también tenía que acabar con mi último año de Bachillerato en un instituto en el
Barrio del pilar donde tuve la suerte de conocer a compañeros junto a los cuáles después estudié Bellas Artes, y  Miguel, profesor de técnicas pictóricas que aunque joven nos trataba a cada uno como si de sus hijos se tratara,

y que me animó a hacer la prueba de acceso para esta carrera.

 

Era fascinante como la clase entraba en euforia y parecía un circo, estallaban gritos de una esquina a la otra, caían cosas, volaban cosas, gente que corría gente que cantaba, y Miguel con una serenidad y una calma mayor que el lago bajo el reflejo de la luna, llegaba y esperaba de pie, si comentar absolutamente nada, solo observándonos hasta que poco a poco la calma iba inundando el espacio y todos como hipnotizados caíamos en nuestros lugares.

 

El hecho de ingresar en la facultad de Madrid de Bellas Artes ha influido muy positivamente en el rumbo de mi vida, asignaturas como Bases didácticas de las artes visuales, fotografía con Rafael Trobat , o sociología con Antonio Carrión han ampliado mis expectativas y me han ayudado a conocer mejor nuestro mundo, complejo pero sencillo.

Asignaturas que me animan a seguir creando y dan forma a mis ideas, también otras como pintura mural con Laura de la colina o serigrafía y conversaciones con Jaime en el muro.

 

Recibí la beca Erasmus, y me trasladé un año a Atenas, donde me enamoré de una cultura muy parecida a la nuestra Andaluza y un ambiente cargado de emociones constantes. Vivimos cuatro venidos de la misma facultad de Madrid en un viejo piso cerca del barrio de exarchia, entre Noe, David, Sole y yo, nos apoyamos mutuamente aprendiendo el curioso idioma, llenando todas las paredes de nuevo vocabulario, entre cajas de lechugas y tomates. Nos sumergimos en los mundos de la animación y el video, motivándonos mutuamente entre risas disgustos de “exportación” y chustas robadas…  Tomando contacto con los fantasmas de la plaza vestidos de negro, las noches de rembetiko, y el spray siempre en la mochila.

 

Es difícil pero tengo la mente positiva y creo que el arte es necesario para seguir haciendo cambios en nuestra sociedad destruida.

Poco a poco las mentes van siendo más receptivas y el hecho de crear conocimiento y recibirlo , acciones de intercambio son fundamentales en mi rumbo.

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